PÉREZ

Pérez, le acercó la botella a Ramírez con el poco de whisky que quedaba y Ramírez aún tendido en la cama apenas le agradeció el gesto. Pérez, salió del cuarto dejando atrás los gritos de Ramírez que vociferaba como un loco por el calor de mierda. Pérez, sabía que una de esas tardes terminaría volviéndose loco de tanto no hacer nada, de puro pasárselo todo el santo día bebiendo.
Pérez, bajó a la calle y atravesó directo al bar, desde allí podía ver el portal. Ojalá que Ramírez no se aparezca. No le gustaría que se asomara he hiciera un papelón porque a Ramírez le respetan, todo el mundo lo llama señor y no sería justo que dejara un mal recuerdo. El calor resignaría a Ramírez una vez más a encerrarse aguardando por el frescor de la tarde, esperando a que el sol cayera un poco y para entonces Ramírez estaría tumbado sin ganas de levantarse.
Pérez, le metía tragos a la tarde para no hacerla tan amarga. Le contaba a los viejos de cuando le fueron con el pedido de meterle un tiro a Ramírez y de cómo al insolente lo tendió de una puñalada. Él, no se anda con chicas y nadie te puede pedir que traiciones a un amigo.
Ramírez, no baja porque anda algo enfermo, dijo. Y ya todos se dieron por enterado, porque aquí nunca nadie nada pregunta. Pérez, detesta a Ramírez como cualquier otro, como aquellos otros que quizá alguna vez compartieron unas copas o algo. Sólo él, que era su socio, caminaba al lado de Ramírez pensando en otra cosa. Porque a Ramírez se le teme.
Pérez, tranquilo porque Ramírez no aparece con la primera brisa de la tarde, tranquilo porque ha ganado un par de partidas y ha sacado algunos tragos gratis. A veces salen huyendo como condenados, cuenta. Pero no de cobardes sino por razón de fuerza mayor, y a él le gusta, porque se la pasan todo el día echados tomando como unos locos.
Pérez, dice que Ramírez dice que estarían en Marbella si no fueran de acá. Pero a él no le interesa, a él le gusta como es aquí y nada más. Aquí, no quiere decir este pueblo.
Pérez, se va levantando, toma sus cosas de la mesa y hasta luego, tranquilo, porque Ramírez sigue allá arriba. Desde la puerta del bar mira al portal y como si acaso alguien lo oyera, dice, dibujando con las manos en el aire, mejor no lo molesto.
Se echa a caminar calle arriba como siguiendo a la luna.
El pueblo es esa calle y nada más y una estación que es como el cielo con un tren inmenso aguardando por Pérez.
Pérez, sube y el tren parte y Pérez piensa, piensa en Ramírez que no bajó. En Ramírez tendido en la cama, comprendiendo que lo minutos estaban contados y que no habría tiempo para putear a Pérez ni a nadie, que su sueño era la mera realidad y el hombre que veía morir, era él.